sábado, marzo 31, 2007

Aotocorreccion SANDRA LILIANAMORENO

Sobre cómo aprendí a leer y a escribir el mundo
Sandra Liliana Moreno


Recuerdo a una niña sentada en la puerta de la casa sobre una piedra, imaginando estar sentada sobre un aerolito. Son pocas pero fuertes experiencias, rastros que se fueron reproduciendo. No recuerdo bien quien le enseñó a leer y a escribir pero lee y escribe, y el hecho de que no recuerde indica quizás que no hubo nada especial en el proceso, pero no lo siento así.

Fueron muchas las personas las que intervinieron en mi infancia. Saboreo los recuerdos como si aún murmuraran en mis oídos, y siento el palpitar de mi corazón de niña ansiosa de aprender y querer vivir todo muy rápido. Esa inquietud hacía que cada momento fuera valioso y contagiara de valor el proceso lento por el que tenía que pasar. No quería aprender de experiencias de los demás, deseaba ávidamente cargarme de mis propias aventuras.

Recuerdo que empecé a leer y a escribir el mundo cuando aun no sabía leer ni escribir, pero ya empezaba a entender por medio de los gestos de mis padres y de mis hermanos qué podía hacer y qué no. Eran señales que tomaban forma de letras. Una sola mirada de mi madre, directa a los ojos, con los brazos hacia atrás y una casi imperceptible inclinación de su cabeza, decían que algo andaba mal. Entonces recurría a la biblioteca de mi pequeño cerebro y analizaba ágilmente qué situación estaba viviendo y cómo debía comportarme en ese momento. Era ahí cuando redactaba mi propio escrito: tenía que ponerme de pie, saludar cortésmente a los visitantes, y salir inmediatamente del espacio que, desde ese momento, era territorio exclusivo de los adultos.

Otra lectura que ahora recuerdo con cariño era la que leía en las señales que mi padre repartía cuando llegaba a casa. Ya las tareas estaban escritas; nadie tenía que recordarle al otro lo que tenía que hacer. Todos salíamos a su encuentro, lo agarrábamos del pedacito de cuerpo que nos había tocado según el turno de llegada, porque éramos catorce hermanos, y como dicen los abuelos, todos “añeritos”. Nos colgábamos de él y nos mecíamos entre carcajadas colgados de su cuerpo, mientras el seguía caminando al encuentro de mi mami. Los más pequeños lograban seguir en sus brazos mientras que los otros le traíamos las sandalias, le acomodábamos su silla, alguien traía algo de tomar y así cada cual cumplía su función. El recuerdo de esos instantes lleva impregnado el aroma de mi papi, el aroma de la gasolina y el jabón FAB mezclados, delatores del esfuerzo de un mecánico que procuraba entrar a casa estando limpio.

Todo transcurría en un entorno de escasez, de necesidades, pero de pequeños momentos de alegría compartidos en familia. Nos sentábamos juntos a la hora de la cena, no podía faltar ninguno, y tampoco podía faltar el caldo con arepa y agua e´ panela. Al terminar, debíamos lavar la losa para poder merecer el premio de salir a jugar a la calle. Y a las ocho de la noche, como un reloj cucú, mi madre se paraba frente a la casa con las palmas haciendo señales de que -ya son horas de entrarse, -de que cinco minutos más, y así hasta que salía cruzada de brazos sin pronunciar palabra, miraba fijamente y mecía su cabeza en tono de espera amenazante. Entrábamos corriendo y ella dejaba que cual huracán sacudiéramos su cuerpo, mientras salía detrás del último imitando una carrera para apresuráramos.

Ya en cama mi madre revisaba que cada uno tuviera su pijama, y en voz alta, para que todos escucháramos, rezaba una oración. Al unísono respondíamos mientras terminábamos de acomodarnos, hasta que finalmente se oía un eco repitiendo doce veces “la bendición pa`ito, la bendición ma’ita”. Si la ocasión permitía bromear entre nosotros, la despedida se hacía eterna mientras cada uno de los doce se despedía de los otros sucesivamente… era la locura, hasta que se escuchaba nuevamente la señal de mi madre que ya todos sabíamos leer: ¡chissssss! Todos en silencio.

En la mañana, los que no estudiaban por ser los pequeños se quedaban en casa sirviendo de ayudantes de mis padres a su voluntad, en la cocina, o en el taller que quedaba en la misma casa. De los mayores, algunos estudiaban en la mañana y otros en la tarde. Entonces los que nos quedábamos sufríamos el ruido espantoso de las máquinas, los gritos de mando de mi padre a sus mecánicos y ayudantes, el llamado de auxilio a la secretaria para que marcara un número telefónico o le alcanzara un objeto con apuro. Ella era muy eficiente; y también lo era mi madre. Creo que fue entonces cuando empecé a querer aprender a leer y a escribir. Sentía la necesidad de colaborar en mi casa y ese era un comienzo.

Según recuerdo, yo ignoraba entonces la carga que estaba colocando sobre mí. En mi experiencia, el proceso de aprender a leer y a escribir no fue un proceso agradable. El peso de lo económico, no tener lo indispensable, la falta de medios para estudiar con comodidad, hicieron de ese proceso una camino lleno de obstáculos y no un proyecto de vida. Soy gemela y ocupo el puesto noveno entre mis hermanos. Para cuando fue mi turno de aprender ya sabía que los que iban creciendo tenían obligaciones con los menores y con los gastos de la casa. Entonces el estudiar se convertía en una tarea que había cumplir, no para aprovechar lo maravilloso que pudiera ser esa nueva experiencia, sino por la necesidad de salir a trabajar para empezar a aportar a la casa económicamente.

Fue quizá por esos obstáculos que dejé muchas etapas de la carrera sin concluir. Desde siempre me gustó leer poemas y pintar pero en la casa era imposible siquiera concentrarse. Las labores que teníamos eran grandes, y debíamos trabajar y estudiar al mismo tiempo. No deseo excusarme ni culpar a nadie, simplemente reconozco que las condiciones no fueron las más favorables. Las cosas empeoraron cuando mi falta de compromiso en el estudio se vio compensada con el sueldo que ya de adolescente recibía por trabajar. Si ya estaba produciendo, yo no entendía por qué debía continuar los estudios que tanto trabajo me costaban. ¡Ni pensar en una carrera universitaria!. Mi preocupación era más bien que los hermanos menores recibieran su bachillerato para que, al igual que todos los otros, pudieran empezar solos a labrar su propio destino.

En mi hogar no había un lugar especial para hacer las tareas. Nuestros padres ni siquiera nos podían comprar los libros necesarios que exigía la escuela, pero mi madre se daba las mañas para que algunas veces nos los prestaran. A pesar de su esfuerzo, poco valor le di a lo que me ofrecía. No se si fue apatía o falta de compromiso, pero nunca recuerdo haber disfrutado la lectura, ni siquiera la época escolar. A no ser por los momentos extracurriculares, esos si fueron espectaculares. Yo era la organizadora de cuanto evento proponían y como líder disfruté las delicias del apoyo de los profesores y el cariño de los compañeros. Ese fue un empujón que me permitió cumplir con los años escolares, así me de vergüenza aceptarlo.

El único ejemplo que tengo de un adulto lector es el de mi hermano mayor, quien, yo creo, leía por placer. Y fue ese el motivo por el que mi padre lo echó infinitas veces de la casa, por que no era un niño normal jugando en la calle si no que se la pasaba leyendo literatura que le prestaban los vecinos que tenían papelería. Si leía encerrado y a oscuras, le gritaba que saliera del encierro; si prendía la luz, entonces le gritaba que ahorrara; si lo veía leyendo en alguna parte mi padre le decía que como estaba perdiendo tiempo mejor se fuera a ayudarle al taller. El pobre lo odiaba.
Hoy leo por compromiso. Algunas, muy pocas veces, leo por placer. Pero disfruto inmensamente de las lecturas que el mundo en su cotidianidad me ofrece. Y las leo, y las escribo también, a mi antojo… sin lápiz, sin papel.

Para esta autocorreccion pedi varias opiniones y el resultado fue el anterior.

1 comentario:

PFC - ENSB dijo...

Por favor lea con mucha atención dos de los trabajos de sus compañeros. Exprese sus observaciones en relación con el contenido y la calidad de la redacción, justifique con argumentos académicos sus apreciaciones Luego si realice la autoevaluación cualitativa y cuantitativa de su trabajo.
German Chapeta
Tutor